Liberté
Es de noche y, en un bosque, un grupo de libertinos se reúne en carruajes sin caballos, entre matorrales, escondidos en la oscuridad. Se tocan, se miran, se masturban, se mean, se pegan para generar un placer desligado de cualquier sentimentalidad. Si en 'La muerte de Luis XIV' Albert Serra retrataba la decadencia de las altas esferas del poder a partir del deterioro físico del cuerpo moribundo de un monarca que aparecía postrado en cama, en 'Liberté' lo hace a través de la exploración de otros cuerpos, los de los nobles y sus acompañantes que a finales del siglo XVIII se reúnen en una peculiar sesión de cruising. En 'Liberté', Serra ya no explora el cuerpo a punto de morir, sino el cuerpo que desea. Parecen dos ideas contrapuestas, pero tienen un punto de encuentro: es aquí donde sentimos los rumores de los escritos del Marqués de Sade.
La atmósfera del bosque de noche que retrata el director de Banyoles es tan fascinante que el encuentro orgiástico que propone bien podría pertenecer al terreno de los sueños. Serra ha hecho una película desnuda del corsé de la narratividad para entregarse a las texturas de los cuerpos, de la noche y de los gemidos. Se entrega, también, a un juego: el de la oscuridad y todo lo que esta esconde. 'Liberté' es un ejercicio de plasticidad deslumbrante, por mucho que a menudo transcurra en la sombra para ir revelando un sexo que no siempre es explícito.