El pare
Al final de 'El pare', Andreu, en un momento de lucidez, le dice a su cuidadora: "A veces, tengo la sensación de que voy perdiendo las hojas". Hace más de una hora que estamos viendo, que estamos sintiendo, como un hombre grande se va perdiendo en la oscuridad de la demencia. Y justo entonces, cuando ya no sabe ni quien es, deja ir una metáfora prodigiosa que Josep Maria Pou entona como si fuera realmente así, un árbol que, en medio del invierno, se da cuenta de que se ha quedado desnudo.
La obra de Florian Zeller es una pieza de orfebrería escénica y un hueso duro para un intérprete de la edad de Pou. Supone hacer frente a la peor pesadilla de la vejez: la desaparición de la vida. Pero el actor, más cercano que nunca, lejos de los tótems shakespearianos, de los grandes hombres que ha interpretado, baja al infierno, inmaculado. Aquí, en 'El pare', es un pobre hombre que tiene alucinaciones, que no sabe dónde está y que quiere demostrar, todavía, la fuerza y la independencia que tuvo y que le han huido. También sabe hacerlo.
'El pare' es una obra solo apta para un grandísimo actor
Cerca de él tiene a Anna, una Rosa Renom de traca que cuida al padre y que duda, que le quiere, pero que quiere seguir viviendo. Y todo con una puesta en escena efectiva y sencilla de Josep Maria Mestres que entiende muy bien la dicotomía entre los dos mundos en los que vive Andreu, en una escena que va quedándose sin sillas a medida que el protagonista va perdiendo el presente.
'El pare' es una ob