¿Merece la pena vivir una vida infeliz? ¿Qué nos espera después de la muerte? Las preguntas que plantea la última película de Pixar no son el punto de partida habitual de una animación. La historia sigue a Joe (Jamie Foxx), un profesor de música que sueña con convertirse en pianista de jazz, hasta que un accidente separa su alma de su cuerpo. La oportunidad de su vida pasará de largo a menos que consiga convencer a un alma perdida gruñona (Tina Fey) de que merece la pena vivir.
A pesar de que la carrera contrarreloj empieza a resultar pesada, el mundo de la película brilla con luz propia. El título es un ingenioso doble sentido de la ascensión al reino espiritual y la calidez asociada a la cultura negra. El dramaturgo Kemp Powers codirige y coescribe (con Pete Docter) y su influencia se deja sentir con agudeza, incluso en la autenticidad de las conversaciones en una barbería. Nada de ello resulta forzado, testimonio de la implicación de personas con una experiencia vivida real.
En todo caso, Soul peca de exceso de ambición. La magia y el ingenio están ahí, pero carece de la destreza habitual de Pixar para hacer que temas complejos resulten atractivos para los más jóvenes. Mezclando corazón y angustia existencial, conectará más con la generación de Joe que con los más pequeños. Es inteligente y, sí, conmovedora, pero nunca acaba de levantar el vuelo.