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La película abre con una toma de un nebuloso campo mexicano en el que Joel (Daniel Saldaña), treintañero sin oficio ni beneficio se encuentra de cacería con su inseparable halcón, el epónimo Zeus. Con esta primera imagen, impresionante para el limitado presupuesto con el que se contaba, Zeus (Calderón; 2016) deja claro cuáles serán sus únicas cartas fuertes: su imaginería.
Escrito por Miguel Calderón, el guion cuenta la historia de Joel cuya vida se divide en dos actividades: realizar quehaceres cotidianos para su madre (Ana Terán), una exitosa neurocirujana; y cazar con Zeus, obvia extensión simbólica de sus deseos más profundos. En esta relación obsesiva que crece a lo malsano, se encuentra Ilse —interés sexual de Joel y único faro de esperanza para vivir por cuenta propia.
A pesar de tener extenso terreno para desarrollar un relato psicológico (el complejo de Edipo suele ser un tema del que se puede hablar por montones, pregúntale a Freud), de no ser por la fotografía intimista de Matías Penachino (Halley; 2012) y María Secco (La jaula de oro y Te prometo anarquía), Zeus es un filme con poco que aportar.
Mucho se habla de que la pareja protagonista —madre e hijo en la narrativa— son interpretados por escritores sin ninguna experiencia histriónica profesional; no obstante, el hecho se queda como mera anécdota, pues no justifica por qué las líneas están dichas con tan poca pericia. La que debería ser una dinámica inquietante y hasta incómoda, es más bien soporífera: construida por un discurso que raya en el hastío.
El desinterés por la convivencia social de Joel a medida que transcurren los minutos del metraje, se traduce en una falta de interés por parte del espectador hacia la trama. Cuando parece que el protagonista, tras pasar por un momento de crisis, puede cambiar sus modos y liberarse del yugo castrante de su madre, la historia opta por negar al público la necesaria catarsis y decide completar el ciclo de monotonía llegando a ningún lado.