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¿A quién dirías que se refiere el 'Yo' del título? ¿Es un pronombre que a la manera de Flaubert identifica Ken Loach con un carpintero de 59 años, buen samaritano que, inmerso en los laberintos de la burocracia de una Inglaterra abocada al Brexit, nunca lanzará la toalla? ¿O es la singularización de todos nosotros, espectadores con conciencia social, solidarios a distancia?
Nada ha cambiado en el método Loach, exceptuando que la astuta creación de un mártir abierto al sacrificio nos hace más vulnerables a dejarnos manipular. El retrato de la implacable maquinaria de la seguridad social británica, regulada por funcionarios sin corazón, parece propio de un reportaje televisivo de cámara oculta. Los buenos, claro, son los obreros, héroes en una obra de teatro del absurdo orquestada por el gobierno. Eso sí, es imposible no estar de acuerdo con las críticas a un sistema tóxico, porque la película, que es una mezcla perfecta entre docudrama neorrealista y exploitation de todo a cien, está concebida para que el público que no quiere que le digan lo que debe pensar tocándole la fibra sensible acabe creyendo que es de derechas.