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En las películas, el amor suele ser pétalos de rosa, besos bajo la lluvia y grandes gestos cliché. Aquí no. En cambio, los directores Lisa Barros D'Sa y Glenn Leyburn nos dan un tierno drama que cobra vida en sus momentos más tranquilos y poco demostrativos. Un poco como la cosa real.
Tom (Liam Neeson) y Joan (Lesley Manville) llevan una vida sencilla en la jubilación, tras la muerte de su único hijo. Sus vidas son intencionalmente poco dramáticas. Ver a Joan agregar salsa Worcester a su sopa es tan emocionante como se ve. Luego nota un bulto en su seno izquierdo, y todos sabemos lo que viene.
Este primer guion del dramaturgo Owen McCafferty no está completamente libre de clichés, un discurso junto a la tumba de Tom suena un poco hueco, pero es escrupuloso al demostrar que el amor no es todo sonetos y ramos de flores. A través de las actuaciones de Manville y Neeson, vemos la forma en que el amor de Tom y Joan se expresa en pequeños gestos: se perdonan los hábitos irritantes del otro; Joan permite esa cerveza extra que Tom no debería tener; Tom se burla de Joan mientras le afeita la cabeza después de la quimioterapia con un “Nunca me gustó tu cabello”.
No esperes fuegos artificiales dramáticos, muy poco sucede narrativamente, pero prepárate para que esta película silenciosa llegue de puntillas a tu corazón. Te encontrarás colgando del rendimiento típicamente sensible, y en última instancia desgarrador, de Manville, y apreciando el lado tierno de Neeson. Todo se suma a un retrato melancólico de amor real que perdura.