Dos preguntas y una brutal constatación ("violada mientras moría") nos interpelan desde tres vallas publicitarias en la entrada de un pueblo de la América profunda. Tres carteles de color granate se recortan sobre el verde de la naturaleza, como grandes manchas de sangre inundando la conciencia de una comunidad en extinción. El británico Martin McDonagh articula su thriller rural alrededor de estos signos de alarma, como si, por sí mismos, fueran suficientes para poner en movimiento los cuerpos de una ficción que da vueltas y vueltas sobre su deseo de venganza.
No debemos buscar una visión de América, más bien una coenización de los universos burbuja donde los personajes de 'Escondidos en Brujas' y 'Siete psicópatas', las anteriores películas del McDonagh dramaturgo, se cerraban en esperas y digresiones que hablaban, en el fondo, de lo que pensaban y sentían como criaturas de ficción. McDonagh, sin embargo, ha dado un paso adelante, porque ahora los protagonistas -y nos cuesta escoger uno: desde la madre coraje, seca en su odio y empática en su pena, que encarna una magnífica Frances McDormand, hasta el sheriff benévolo interpretado por un entrañable Woody Harrelson, pasando por el policía racista que Sam Rockwell salva de la caricatura– son seres humanos. Atrapada en su guión de hierro, 'Tres anuncios en las afueras' propone una reflexión sobre cuáles son los efectos de la violencia en nuestra manera de ver el mundo, sin extraer conclusiones tranquilizadoras.