El poeta que se convirtió en director, Shion Sono, no es un hombre que hace las cosas a medias: Exte, su primer película de terror fue seguida por Love Exposure, un drama romántico de cuatro horas, y Cold Fish, una implacable historia de violencia y comedia sexualmente explícita sobre los vendedores de peces tropicales.
Cuando en 2011 un terremoto golpeó Japón se preparaba para filmar una adaptación de Himizu, la historia de un niño abandonado por sus padres, que intenta vivir una vida lo más normal posible. Sono aprovechó la oportunidad para transformar esta historia de supervivencia en una oda a la perseverancia japonesa. Quizás inevitablemente, dada la carga emocional, el resultado es complejo, confuso y carente de foco, pero ha atravesado por momentos de asombrosa potencia y claridad.
Gran parte del impacto de la película se deriva de un par de actuaciones notables. Shota Sometani hace muestra de un control inquietante como Sumida, el niño de 14 años de edad cuya búsqueda de la normalidad se retorció en un furioso deseo de venganza contra la sociedad, y Fumi Nikaido, quien oscila entre exasperante e inspiradora Keiko, la chica cuyo amor por este extraño la lleva a actos de autohumillación.
También hay una historia, pero está enterrada bajo una avalancha de gritos y violencia slapstick. La dedicación en exceso de Sono es impresionante pero frustrante. Los buenos momentos son reveladores: una serie de secuencias de sueños poéticos, la imagen inolvidable de una niña desafiante y una secuencia final con una intensidad sorprendente. El próximo proyecto del director es un drama sobre las consecuencias de la catástrofe nuclear de Fukushima.