[title]
Hay algo de clandestinidad en el amor que se tienen Miguel (Diego Calva) y su mejor amigo, Johnny (Eduardo Eliseo Martínez): deben hallar escondites para concluir su idilio y son socios en el tráfico ilegal de sangre. Casi de inmediato, el director Julio Hernández Cordón (Polvo, 2012) nos da ese par de tópicos que pondrán en conflicto la relación de sus protagonistas en Te prometo anarquía, pero también se apoya de otros elementos para mantenernos enganchados a la cinta.
Desde la primera escena, se hace evidente una atmósfera onírica, casi vampiresca y de iluminación rojiza, con la que se resta un poco la sensación claustrofóbica del hogar de Johnny, un tanque abandonado. El cineasta enmarca el momento con un plano cenital de los protagonistas semidesnudos –al estilo Jim Jarmusch en Sólo los amantes sobreviven– y de otro personaje que hace mal tercio.
La incertidumbre amorosa aumenta, pero Miguel no puede dejar que los celos impidan crecer su negocio: acepta la odisea de reunir a 50 personas para “ordeñarlas”. Con patineta en mano y su tótem –unos colmillos de plástico que usa como colguije-, comienza la travesía por la parte underground de la ciudad. Te prometo anarquía se convierte rápidamente en una aventura de skaters con tintes del film noir, que va acompañada por un jovial y armonioso soundtrack, del cual es parte Baster Dury, con “The Sun”.
El zigzagueo de Miguel y Johnny es un recorrido atípico que incluye visitas a los alrededores de alguna estación del tren suburbano y de otras zonas de la periferia, y que resta visibilidad a los hitos de la ciudad. Es una travesía que deja una sensación de nostalgia por la adolescencia y el amor arrebatado, de cotidianidad por la naturalidad con la que los actores (no profesionales) se apropian del lenguaje y del espacio, y también deja un golpe a la conciencia sobre las carencias del contexto que motivan las acciones para sobrevivir en la urbe.