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Los golpes bajos que ha recibido el director Jafar Panahi por parte del gobierno iraní, sólo lo han hecho más fuerte de lo que ellos pudieran imaginar. Le prohibieron hacer películas y lo arrestaron sin fundamentos por crímenes contra la seguridad nacional; sin embargo, desde que fue condenado hace cinco años, el realizador ha exportado exitosamente tres obras maestras. Aunque Taxi Teherán no tiene la crudeza y furia de Esto no es un película (2011) y su origen no tiene una increíble historia —el material se cargó en una USB y salió de Irán en un pastel clandestinamente—, esta ágil, fuerte e incansable forma de levantar el dedo medio a la censura es el desafío más audaz que Panahi ha mostrado hasta ahora.
Como reflejo de la cinematografía iraní por los autos y al ser sus únicas propiedades, que simultáneamente son un espacio público y privado, la película encuentra a Panahi detrás del volante de un taxi del centro de Teherán. Filmado para lucir como un documental (pero demasiado incisivo y con muchos diálogos del conductor como para hacerse pasar por uno), Taxi Teherán transforma lentamente el carro de Panahi en un escenario de crímenes, confesiones, declaraciones de lecho de muerte e incluso una tragedia relacionada con peces de colores.
Cada pasajero que sube a la celda móvil nota rápidamente la cámara montada en el tablero, pero a ninguno le causa conflicto (no se da crédito al elenco para proteger sus identidades). De hecho, la mayoría tiene sus propias cámaras y miran al lente de Panahi como si se tratara de un espejo; un abogado lo compara con Big Brother y la sobrina del cineasta se ve a sí misma como la heroína de una película que su tío hizo antes de que ella naciera. Esa reflexividad siempre ha distinguido el trabajo del director, pero nunca había hecho tan divertida esa borrosa línea entre la realidad y la ficción.
Muchos de los personajes que protagonizan estos dramas miniatura reconocen a su conductor, quien es un celebridad en su país natal pese a que ahí se ha prohibido la proyección de sus películas. Es un brillante testimonio humano de que, en los primeros años del siglo XXI, el cine está en todos lados y Jafar Panahi aún está en el asiento del conductor.