"Nunca subestimes a un droide", escuchamos varias veces en la nueva entrega de 'Star Wars'. ¿Por qué tendríamos que subestimarlo? En líneas generales, los droides tienen corazón y cerebro, son compañeros emotivos y capaces de resolver problemas gordos en el último minuto. El director JJ Abrams es como un droide. Ha rescatado esta franquicia de sus recuerdos de infancia, desarchivando datos de su memoria y proyectándolos, como hace R2D2 con el holograma de la princesa Leia en la película de 1977. En 'El despertar de la fuerza' (2015) hizo un perfecto trabajo rescatando la antigua magia de la trilogía original, con emoción y nostalgia, a pesar de que el argumento no pareciera muy imaginativo. La continuación de Rian Johnson, en la que Abrams hizo de productor ejecutivo, era otra cosa completamente distinta, subversiva y llena de emociones oscuras. La franquicia no merecía eso.
Ahora el droide Abrams está de regreso. 'El ascenso de Skywalker' marca el retorno de la sosería narrativa, aquella con la que Lucas traficaba en la segunda franquicia, sazonada con giros de la trama sin sentido, aparatosa intriga imperial y heroismo aburridísimo. Parece un gran pastiche con el que solo los más fans se sentirán satisfechos. Desde el principio ya percibimos que esto es un 'reboot' de lo más 'soft': zombis fantasmas con ansias de destrucción se levantan del fondo de la basura de un planeta. ¿Prevelecerá esta Nueva Orden? La película arranca mientras Kylo Ren (Adam Driver), con su cara cicatrizada, piensa en hacerse emperador. Mientras tanto, Rey (Daisy Ridley, sedienta de oportunidades dramáticas realmente interesantes que nunca llegan a materializarse) sigue entrenando para hacer que las rocas leviten.