Lo dábamos por perdido, creíamos que se había convertido en un cineasta olímpico, o en el portavoz de la imagen corporativa del gobierno chino, o en director artístico de un parque temático, pero no, Zhang Yimou sigue siendo capaz de combinar formalismo, intimidad y cine de gran espectáculo sin que le tiemble el pulso. Es innegable que 'Hero', 'La maldición de la flor dorada' y 'La casa de las dagas voladoras' tenían la belleza de un desfile de Año Nuevo, un seductor festival de colores que reducía la esencia del wuxia a una coreografía sofisticada pero vacía. Parece que el contraste plástico de 'Sombra', el yin y el yang en blanco y negro que oscilan entre una enorme gama de grises y ocasionales estallidos cromáticos, ha dado profundidad a la propuesta de Yimou, que parte con gran astucia de una premisa que habría aplaudido el Alexandre Dumas de 'El hombre de la máscara de hierro', atravesada por las tragedias bélicas de Shakespeare.
Así pues, sin menospreciar su aliento épico, tan deudor del cine de aventuras como de la epopeya kurosawiana, 'Sombra' destaca por la fuerza dramática de sus escenas de interiores, en las que se decide el destino de un reino reflejándose en un exterior lluvioso. Y lo que pasa en el exterior corta la respiración: en una versión especialmente creativa de la leyenda del caballo de Troya, Yimou se deja la piel en una secuencia con paraguas afilados como escarpias que pasará a la historia del 'wuxia'.