Un ‘thriller’ cerebral que no acaba de apuntar correctamente. Demasiadas cosas sobre la mesa, demasiados conceptos mal digeridos: desde el retorno al argumento del hombre duplicado hasta el tópico del niño infernal salido del otro lado del espejo para estrangularnos. Angelo Orlando intenta construir una pesadilla que suene laberíntica, barroca, como la que absorbió al pobre Jake Gyllenhaal en ‘Enemy’, en las calles de una Barcelona nocturna filmada con tanta desgana que no te produce ni frío ni calor. Era una jugada arriesgada, todo hay que decirlo.
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