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Según muchas telenovelas, películas y series mexicanas, la madre es la figura perfecta, completamente amorosa y sufrida, que da todo por sus hijos. Si no es así, es una villana, una mala madre. Todo es blanco o negro, pero la realidad resulta ser mucho más compleja y gris. El amor es ambivalente, igual que las personas.
Esta idea y el duelo por la pérdida de un ser querido son los temas principales de Restos de viento (2017), la más reciente cinta de Jimena Montemayor, ganadora a Mejor dirección y Mejor película en el 33° Festival Internacional de Cine de Guadalajara, nos presentan a Carmen (Dolores Fonzi) y a sus hijos, Daniel (Diego Aguilar) y Ana (Paulina Gil), quienes maduran antes de tiempo debido al descuido de su madre. Ana, particularmente, debe hacerse cargo de su hermano menor; tendrán que aprender a convivir y a sobrellevar le pérdida juntos.
Restos de viento es una historia muy íntima, sobre duelo, pérdida y avance, en la cual sus personajes no son del todo agradables, pero sí muy reales, fáciles de entender e identificar. Montemayor escribe este guión a propósito de una anécdota personal que enriquece con mitología nativoamericana. El relato se siente cercano debido a la fotografía de María Secco, quien usa poca profundidad de campo y realiza tomas cerradas para crear una atmósfera que va de lo acogedor a lo asfixiante.
Resulta especialmente interesante el personaje de Carmen que muestra irresponsabilidad con sus hijos; nos los lleva a la escuela, no los alimenta y los hace víctimas de sus problemas emocionales, sin embargo, Restos de viento no enjuicia su actitud, pero tampoco la justifica, lo que busca es que la entendamos. Carmen ama real y profundamente a sus hijos. Estas contradicciones puede que no sean agradables pero resultan muy reales. Otras películas como El proyecto Florida (Sean Baker, 2017) o la francesa Cara de ángel (Vanessa Filho, 2018) han mostrado estas situaciones en las que no se romantiza el amor de madre, nos recuerdan que son personas, con defectos y que pueden quebrarse.
Este filme llega a ser reiterativa, tanto en su discurso como sus recursos visuales, lo que provoca que aún con su hora y media de duración se sienta algo larga. Esto es comprensible tomando en cuenta la relativa inexperiencia de su directora. Y con todo y esto nos puede ayudar a comprender la pérdida y a entender que, a veces, aceptar la situación y el dolor no es solo necesarios sino incluso deseable.