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Cuando la saga de Rápidos y furiosos parecía tener ya una velocidad constante –un estreno cada dos años-, la producción se derrapó cuando decidió cambiar al director, de Justin Lin (Better Luck Tomorrow, 2002) a James Wan (El conjuro, 2013), y frenó por completo cuando desapareció uno de sus elementos principales, Paul Walker.
Ante esa emergencia, entró al rescate la tecnología, elemento que salvó a Rápidos y furiosos 7 (Furious 7) de convertirse en una verdadera decepción.
Los efectos visuales hacen que las incansables escenas de acción impacten, al destacar los alcances de la rapidez de un carro, las explosiones y tiroteos, sólo por mencionar algunos ejemplos.
Sin embargo, la pulcritud de los efectos no puede frenar la exageración de algunas secuencias y la falta de credibilidad que esta flaqueza desencadena. Los diálogos inconsistentes y absurdos, así como la fragmentada edición y continuidad son elementos que sorprenden de un director como Wan.
La fotografía es uno de los elementos técnicos rescatables: sus encuadres y tonalidades realzan la belleza de los escenarios desérticos de Medio Oriente, los departamentos de lujo y los arrancones.
Pese a esto, hay siete razones para ver la séptima entrega de Rápidos y furiosos, como el emotivo homenaje que hacen a Walker en las últimas escenas y la manera en que su personaje desaparece de la saga.