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Inquietante y retorcida, la nueva película del coreano Bong Joon-ho combina la excelencia cinematográfica con un mensaje político de lo más punzante. Camuflado en el relato de una invasión doméstica encontramos un auténtico drama sobre roles sociales y máscaras, sobre la hipocresía y la educación. El director de 'El huésped' y 'Rompenieve' ya nos tiene acostumbrados a sus juegos subversivos con los códigos de los géneros. Esta es la historia de una familia pobre de Seúl que se infiltra en una casa muy rica por la puerta de servicio. Combina suspense, drama, comedia, risas y farsa, con algunos momentos de puro terror, saltando de un registro al siguiente con una elegancia total.
El argumento de fondo es antiguo: las desigualdades entre clases. En la primera escena encontramos una gente que vive en un semisótano de un barrio obrero, en el último rincón de un callejón sin salida donde un borracho va cada noche a mear. Son un marido, la mujer y dos hijos veinteañeros, que sobreviven haciendo trabajos extraños, como montar cajas de cartón para los repartos de una pizzería. El thriller se activa cuando uno de ellos falsifica el currículum para dar clases particulares a la hija de un hombre de negocios millonario, el señor Park. Uno a uno, los padres y la hermana conseguirán entrar a trabajar en su chalet y, poco a poco, le irán chupando la sangre.
Hay un momento de la película en el que la comedia del absurdo parece alcanzar el equilibrio perfecto de 'El sirviente' de Joseph Losey. El espacio es muy importante. La casa de los Park de impone como un personaje más en la historia: un complejo lujoso y muy moderno que fue construido por su anterior propietario, un arquitecto que diseñó un edificio diáfano pero lleno de secretos.