No hay peligro más feo para una comedia romántica que hacerse patética a ojos del espectador. Nos lo enseñaron los maestros de la 'screwball comedy' -pongamos por caso Howard Hawks en 'La fiera de mi niña'-. Sin tono ni ritmo, sin gracia ni ninguna ocurrencia que salga del lugar común, la nueva película de María Ripoll es un bodevil de medio pelo, relleno de personajes estereotipados y plumas de loro que camufla con histeria y un sentido del ridículo declarado en huelga la poca originalidad del artefacto. Verónica Echegui no se cree el papel ni por un segundo, e intenta suplirlo con una hiperactividad que crispa los nervios. Y David Verdaguer procura salvar los muebles poniendo el piloto automático y escondiendo la vergüenza tras su frondoso bigote. Mientras tanto, el público se siente cada vez más incómodo en la butaca. Si el título ya os da mala espina, media vuelta y para casa.
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No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas
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