Este maravilloso documental os hará pasar, posiblemente, los 90 minutos más alegres en un cine este año. Vida, muerte, renacimiento, crecimiento y la posibilidad de la amistad entre especies: todo esto en una película que se siente cósmica, elemental y personal a la vez. Lo mejor de todo es que os hará sentiros extrañamente esperanzados por el planeta.
La premisa es simple: el cineasta John Chester y su esposa Molly, cansados del estrés de la vida urbana, compraron 80 hectáreas de tierras en California y se pusieron a trabajar en una granja biodinámica con cientos de cultivos sin pesticidas. Chester lo grabó durante ocho años.
Lo que hace especial el film es que, sin edulcorar los aspectos más crueles del mundo natural, es un himno a la resiliencia de las personas y la naturaleza. Comunica el mensaje con ligereza, y acusa a la agricultura industrial y a los agentes del cambio climático de una manera tácita. Podría parecer un sketch de 'Portland' –hipsters descubriendo pollos orgánicos–, pero aquí no hay ni una brizna de soberbia, solo una humildad refrescante ante la gracia y el ingenio de la naturaleza.