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Una de las cosas que se agradecen de las secuelas es que te reencuentran con personajes entrañables; en el caso de Mi gran boda griega 2, no sólo es toparse de nuevo con la escandalosa familia Portokalos, también es divertido ver otra vez en pantalla el papel tan importante de un limpiador de vidrios. Sin embargo, cuando la historia no aporta mucho y no hay una evolución clara de los personajes, las segundas partes se vuelven innecesarias. Es el caso de esta cinta.
Pasaron 14 años para ver de nuevo a los protagonistas de Casarse está en griego, Toula (Nia Vardalos) e Ian (John Corbett). Ahora son padres de Paris (Elena Kampouris), una adolescente malhumorada que espera el momento de entrar a la universidad para dejar Chicago y alejarse de su encimosa familia. Se pudo explotar sólo ese conflicto o algún otro de los tantos que aparecen en la película, pero la guionista (la propia Vardalos) no se decidió por uno y el guión se queda en ruinas.
Al nudo principal se le añade la pérdida de “la chispa” entre Toula e Ian, la boda inválida de los abuelos –he ahí la razón por la cual necesitamos otra boda griega-, enemistades con parientes lejanos, el asunto de que la nieta quiere estudiar en lugar de encontrarse un novio griego… Todos los problemas del mundo aparecen y se resuelven en menos de un suspiro.
Además de que el guión no tiene un itinerario definido y los actores no pueden hacer mucho con sus diálogos, la odisea se complica cuando se ve que la película no con cumple con la promesa de su género: hacer reír. Las situaciones cómicas son escasas y suelen ser más por empatía -cuando recuerdas que las familias griegas y las mexicanas son, al fin y al cabo, latinas-, o por las oportunas apariciones del limpiador de vidrios que llega para reparar las malas escenas.