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Si 'Los siete magníficos', la versión clásica, se erigía en el punto de partida del 'western' violento que culminaría, a finales de la década, en la sanguinolenta 'Grupo salvaje', la reescritura que ha hecho Antoine Fuqua es puramente coyuntural. No es difícil ver un retrato de lo que podría ser la América de Trump, con un malo que invoca a Dios y al capitalismo en un discurso mesiánico mientras quema una iglesia habitada por colonos. Los antihéroes desclasados son, en su mezcla de razas, una muestra intercultural de aquellos que pueden defender la buena salud de la democracia. Fuqua ha hecho bien en centrarse en los personajes de Washington y Pratt, al carisma de los que confía el peso de una película que funciona mejor en su larga presentación que en el también dilatado clímax de pim-pam-pum que no deja pistolero sin herida mortal.