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No es una familia de roedores la que protagoniza la ópera prima del tijuanense Gilberto González pero, al igual que los hámsters, los miembros de este clan se guardan las cosas y escabullen. La finalidad de sus acciones es esconder sus respectivos secretos: Rodolfo, el padre, se quedó sin empleo; Beatriz, la mujer, atraviesa una crisis de la edad; el hijo mayor, Juan, acaba de enterarse que será papá, y Jessica, la menor, tiene un amorío con su mejor amiga.
Al cineasta le basta un día en la vida de esa familia –que se traduce a poco más de una hora de película– para llevarnos a la frontera norte, desarrollar cada personaje y plantear sus respectivos conflictos. La perspectiva del realizador nos lleva, pese a abordar una crisis familiar, por un camino con saltos de comedia e igualmente ofrece descansos, que se reflejan en los momentos reconfortantes para los personajes –mas no de la estirpe en general–.
Hay varios aspectos por admirar y agradecer a Gilberto González, como el hecho de mostrar una Tijuana alejada de la trata de personas (Las elegidas, 2015) o el crimen organizado (Miss Bala, 2011), sin dejar de tener un fondo crítico –la incomunicación y el desempleo–. Los hámsters tiene un tono cotidiano y funciona como una cinta de entretenimiento de calidad y con un tema universal.
La odisea de esta familia –que dan vida los actores Goisela Madrigal, Hoze Meléndez, Montserrat Minor y Angel Norzagaray–, que no se extiende a más de una jornada y no involucra esos roadtrips reconciliadores de los dramas familiares, esa es otra razón para aplaudirle a González. El cineasta lleva a sus hámsters por laberintos sin salida que, pese a no tener vueltas de tuerca inesperados, dan una sensación de honestidad y realismo.