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Tras su belleza tramposa, y un título que suena a novela rosa cursi y rancia, 'Las hijas de Abril' es perversa como un caramelo envenenado. Primero, una calma aparente, y un plano secuencia que se mueve a discreción en el interior de la cocina de una casa en la playa de Jalisco, un pequeño rancho con las paredes lechadas de cal y rodeado de cactus, donde una chica hace el amor con su novio mientras otra bate huevos para el desayuno. Después, un relato familiar turbio, guiado por unos personajes con los instintos a la deriva.
Podría ser un Bergman con acento mexicano, una 'Sonata de otoño' en el que ya ni siquiera los lazos sanguíneos imponen límites al odio, y en el que encontramos a tres mujeres de diferentes generaciones buscando la manera de hacerse daño. Las fiestas de verano en la playa, el olor de carne macerando a la hora del almuerzo y el ruido de las olas evocando el infinito de una vida que avanza muy lentamente desaparecen, y nos encontramos una historia de crueldades donde el amor sólo se expresa con una promiscuidad confusa.
Es la historia de una chica de 17 años embarazada, de una hermana mayor con sobrepeso que se siente al margen y de una madre que en cada caricia esconde una cuchillada. Es la historia de una mujer que se hace amante del novio de su hija, de una niña raptada, de un despecho. Pero el melodrama está tramado con líneas sutiles, en una película que sorprendentemente rehúye los primeros planos y busca una imagen abierta, lisa, llena de unos árboles, unas plantas y una hiedra que con su tranquilidad hipócrita hacen sombra a las vidas de las protagonistas.