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En 2010, el director y guionista Abdellatif Kechiche tuvo un contratiempo con su película Vénus noire, debido a que las distribuidoras de Estados Unidos y Gran Bretaña la encontraron demasiado delicada para exhibirla. Después de esa experiencia, cualquier director cambiaría de rumbo hacia un terreno menos incómodo, pero no Kechiche. La vida de Adèle es el regreso más provocador que pudo haber tenido, y con ello entregó la mejor película de su carrera.
No hay algo novedoso o atrevido en una historia sobre el paso de la adolescencia a la madurez, ni sobre el surgimiento y el fin de un romance, pero el punto de vista despreocupado de Kechiche sobre el deseo juvenil es poco común en su madurez emocional. Nuestra heroína, Adèle (una estupenda Adèle Exarchopoulos) comienza la película como una estudiante de secundaria precoz y termina como una mujer adulta, aún con mucho que aprender acerca de sí misma. Cuando cumple 15 años nota que algo anda mal en su vida amorosa. Un chico de su escuela está loco por ella, pero ella simplemente no consigue dejar de pensar en la ocasión en que se topó en la calle con Emma (Léa Seydoux), la estudiante de arte de pelo azul. Las chicas se vuelven a ver en un bar de lesbianas y el amor florece de inmediato.
A diferencia de muchas películas con temas homosexuales que se centran en la salida del clóset como la experiencia gay definitiva, La vida de Adèle va más allá de esa etapa de la vida de Adèle en un audaz salto cronológico, con lo que nos entrega una historia llena de matices en torno a una sexualidad sin resolver.
Como era de esperarse en una película de Kechiche, la travesía individual de Adèle se desarrolla dentro de un bien articulado círculo de amigos, familia y comida. El director, por su parte, se mantiene como un cineasta sociable, quien hace que la ternura que encierran las emociones secretas se vuelva notable.