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Quien quiera entender, desde un lúcido escepticismo, las dinámicas que se establecen en la vida de una comuna, es mejor que le saque el polvo a su copia de 'Los idiotas', porque la nueva película de Thomas Vinterberg no le hará más sabio. Teniendo en cuenta que el director danés creció en una comuna de Copenhague, sorprende que no se esfuerce ni un poco en poner en contexto un fenómeno que reflejaba el clima antisistema post-mayo del 68 y el amor libre de la era hippie. No se trata de dar una lección de historia, sino de enriquecer, como hacía Von Trier a finales de los 90, el discurso sobre el fracaso de las utopías a partir del análisis visceral de una alternativa a la rígida institución familiar burguesa. Quizás el problema es que la comuna que nos presenta Vinterberg sólo es un piso compartido talla XXL, y que ninguno de los que la forman quieren rebelarse contra el establishment.
Si la sutileza no es uno de los fuertes del autor de 'Celebración', el sensacionalismo emocional es la marca de fábrica de sus colaboraciones con el guionista Tobias Lindholm ( 'Submarino', 'La caza'). Aquí lo único que les interesa es examinar la devastación anímica de una mujer que trata de superar el adulterio de su marido invitándolo a vivir en la comuna con su amante. A pesar de la excelente interpretación de Trine Dyrholm, el filme nunca supera la inverosimilitud de la premisa. Vinterberg quiere explotar el drama lisiado de la protagonista, y hará lo necesario para dejarnos con el alma en vilo, mientras los otros miembros de la comuna, desdibujados, gritan y lloran soñando la película que podrían haber protagonizado.