Desde su tercer largometraje, 'Rompiendo las olas', el cine del danés Lars von Trier fue presentando una serie de heroínas obsesionadas por la redención, por expiar sus culpas a través del sufrimiento. Lo vimos en 'Dogville' y en 'Bailar en la oscuridad'. Pero desde 'Anticristo' parece que en el universo de Von Trier ya no hay salvación posible.
El mundo se ha convertido en un agujero negro y la experiencia humana no es más que una travesía por el infierno. Quizás el arte es el único lenitivo al respecto, como ocurría en 'Nymphomaniac', donde Charlotte Gainsbourg se transformaba en narradora apasionada de su vida sexual. Este diagnóstico nihilista encuentra ahora, en 'La casa de Jack', su expresión más salvaje ya la vez precisa: un psicópata asesino, obsesionado con el orden y la arquitectura, nos cuenta sus fechorías una por una, mediante capítulos que corresponden a cada uno de sus crímenes. El cineasta se identifica con el personaje desde el principio, mientras habla de su condición de artista como si él también fuera un perturbado, un peligro para la sociedad.
Mezcla de gore alocado y extremo y de refinada película de autor, 'La casa de Jack' es un artefacto subversivo, en la gran tradición de Sade y Hitchcock. Al fin y al cabo, nos acaba transmitiendo que la única obra de arte posible es la que proviene de la desazón y del dolor.