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Una comedia de más de hora y media es, en general, una mala idea, un riesgo innecesario de entrar en la categoría de broma pesada. Más de dos horas es, salvando excepciones, como escuchar las 'Valquirias' en 'loop': un coñazo. No diremos que Kingsman no tenga su gancho, que como parodia del cine de espías, mezclada con el nervio del James Bond vintage –Martini y sábanas de algodón egipcio– y unos acabados de sastrería inglesa tipo after eight, no te dispare la tensión. Pero es tan larga que acaba produciendo un efecto somnífero de la línea 'Wild wild West'. Festeja con el cine de catástrofes paranormales como 'El incidente', con una historia de hackers informáticos de la cuerda de 'Blackhat' y, encima, Michael Caine hace de malo-que-acaricia-un-gato. Los ingenios te hartan tanto que te tienes que aflojar el cinturón para seguir respirando.