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Treintañeros estancados, sin trabajo estable y sin pareja y la inevitable comparación que se establece con aquellos amigos que han alcanzado el éxito tanto profesional como sentimental. Clara Martínez-Lázaro construye una comedia generacional alrededor de estas cuestiones, con la presión social que conlleva conseguir estos objetivos sin sentirse un perdedor. Sobre el papel todos estos elementos podrían haber dado lugar a una incisiva película en torno al sentimiento de fracaso y de desorientación a la que se encuentra sometida cierta franja de edad. Pero el resultado es una película inane (y pija) que lo único que hace es trivializar todos estos problemas y convertirlos en una ridícula sucesión de clichés que en algunos instantes provoca sonrojo. Y es que nada funciona como debería, ni el tono, ni los actores sobreactuados, ni su intento frustrado de sofisticación a la francesa.