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Siempre hay un momento en la infancia, decía Graham Greene, en el que una puerta se abre y deja entrar el futuro. Frida (excelente Laia Artigas) mira a través de la rendija y sólo ve una realidad que, de un día para otro, se ha dado la vuelta como un calcetín. Carla Simón sabe que, para entender a un niño, tenemos que percibir lo que le rodea a su altura, sobre todo si el momento que atraviesa es el de asumir la pérdida, la orfandad y la muerte como una certeza. El futuro es, pues, aprender a admitir lo que sientes, a superar el duelo con la ayuda de los demás. En fin, la madurez.
Así pues, 'Verano 1993' sale victoriosa de construir esta mirada desubicada y sensible, que declina un cierto espíritu documental –es la infancia de la directora la que está en juego– en una película que nunca intenta ser complaciente con su heroína, que atiende a su descubrimiento del mundo vinculándolo con la cristalina transparencia de sus imágenes, que trabaja con sus actores con una delicadeza extraordinaria, y que consigue transmitir el misterio de ser niño –la sensación de extrañamiento, la crueldad inconsciente, el dolor disfrazado de capricho emocional– sin olvidarse de qué relación establece con los adultos y, sobre todo, sin caer en el sentimentalismo siendo profundamente conmovedora.