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Más que de una república federal del amor, Polonia tiene pinta de colmena del desencanto. Bien lo sabía el Kieslowski del imprescindible 'Decálogo', situando su red de dilemas morales y mandamientos crueles en un edificio que parecía esculpido por el mismo Stalin. Tomasz Wasilewski no es tan ambicioso como el director de 'La doble vida de Verónica ', pero es evidente que lo coge como modelo para entrecruzar las voces de cuatro mujeres que comparten, sin saberlo, mucho más que reuniones de comunidades de vecinos. Hay en ellas soledad, desencanto y sueños truncados que el film, en su grisura socialista, sabe explicar desde el más estricto naturalismo. Le falta el aliento poético y la sensibilidad marciana del maestro polaco, pero conserva la capacidad para conmover.