El Quijote de Terry Gilliam ya existe en el mundo real. La producción más problemática y desastrosa de la historia del cine que se conoce llegará, por fin, al público, tras una peripecia de dimensiones épicas, como el director indica en los créditos iniciales: "Más de 25 años haciendo y deshaciendo". Que lo haya podido terminar ya es motivo de celebración.
Es como si Cervantes hubiera escrito el 'Quijote' pensando en Terry Gilliam. Al fin y al cabo, es el relato de un caballero andante que se aventura en un montón de hazañas que siempre terminan en fracaso. Solo con este concepto en la cabeza, no es difícil advertir por qué al Monty Python le ha seducido tanto la sombra de este personaje, que lo ha llevado por las explanadas de la España profunda, tierras áridas e inclementes, en una especie de viaje que parecía que no tendría fin.
Rizando el rizo, esta es una película de películas. Trata de un director norteamericano (Adam Driver, quizás una encarnación rejuvenecida de Gilliam), obsesionado con la idea de adaptar la gran novela picaresca del siglo XVII, que se adentra en sus páginas, y emprende un viaje entre presente y pasado que es una locura laberíntica como 'El imaginario del doctor Parnassus' y como 'Las aventuras del barón Munchausen'. Inventiva y anárquica, aunque en ningún caso una obra maestra, 'El hombre que mató a Don Quijote' reactiva aquel ideal romántico que dice que el mundo necesita a los soñadores ... por más que les dé la espalda.