Hay películas que están destinadas a convertirse en subproductos. Que cuando se ven en ese momento, provocan sonrojo y vergüenza ajena, y que solo el paso del tiempo las convierte en posibles candidatas a 'guilty pleasure'. Al director Pedro L. Barbero ya le ocurrió eso con su ópera prima, 'Tuno negro' y ahora vuelve a repetir la jugada con esta inclasificable obra de premisa imposible y desarrollo aún más psicotrópico. Todos los elementos alrededor de los que está articulada tienen una esencia trash, su discurso es cargante, la voz en off omnipresente resulta indigesta, y Dani Rovira no puede estar peor en los dos registros que interpreta. Solo las tablas de Carmen Maura consiguen dotar de un mínimo de dignidad a una película que es puro desatino.
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