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Aparte de ser uno de los grandes bailarines de la historia, Rudolf Nuréyev fue también una bomba de relojería. Amigo de Mick Jagger y Freddie Mercury, rompió la mandíbula de un compañero bailarín y lanzó una silla al director de cine Franco Zeffirelli. Su propio coreógrafo lo defino como "un artista, un animal y un imbécil". Pero parece que Ralph Fiennes esté guardando los capítulos más jugosos de la vida de Nuréyev para una secuela explosiva. Con este biopic contenido, él y el guionista David Hare han optado por centrarse en los orígenes, desde su infancia rural al icono soviético y más tarde al desertor de la Guerra Fría. La película está rodada con elegancia, las escenas de ballet impresionan y el bailarín Oleg Ivenko es un verdadero descubrimiento que hace que el papel sea una mezcla explosiva de curiosidad, ego y vanidad infantil. Sin embargo, no hay rastro del nervio del auténtico Nuréyev y el film suaviza su sexualidad hasta el punto de que casi se ha de adivinar que era gay. Se agradecería un poco menos de lírica y algo más de garra.