Dolor y gloria

No quiero arrebataros la emoción de descubrir 'Dolor y gloria' por primera vez, y aún así no me puedo resistir a decir que esta es una de las películas más bonitas he visto en mucho tiempo. Quizás en su faceta más crepuscular, Pedro Almodóvar firma un filme autobiográfico, con ecos de 'La ley del deseo' y de 'La mala educación', donde Antonio Banderas interpreta a su alter ego, perfectamente caracterizado, con el pelo grisáceo y rebelde peinado hacia arriba, con zapatos deportivos y polos de colores llamativos. Y también con una hipocondría neurótica, un dolor muscular constante que lo deja tieso y lo acalambra, que le produce espasmos, que le oprime la glotis, que hace que se atragante. Es decir, un personaje prisionero de su propia decadencia.

A partir de aquí, los efluvios del recuerdo nos acarician como una brisa de primavera entre las cortinas de una ventana abierta. La película empieza con la imagen de unas lavanderas que canturrean mientras hacen la colada junto al río y poco a poco el torbellino del pasado se derrama sobre el presente. Vemos el nacimiento del deseo en ese niño que cae fulminado en un ataque de fiebre cuando ve a un joven albañil lavándose desnudo entre los geranios de un patio encalado. Vemos a la madre que zurce calcetines con un huevo de madera en una estación de tren, de noche, mientras el hijo duerme y fuera, en el pueblo, se celebran las fiestas mayores con fuegos artificiales.

Todos estos fantasmas acuden de repente a la mente como una lluvia de pétalos sobre la tumba de un muerto. Banderas interpreta a un tipo que quiere saldar sus cuentas pendientes, pagar deudas, reconciliarse con su propia historia, con todos esos espectros que vienen a visitarle. El amigo con el que riñó, el amante por quien perdió la salud y esa tierna aparición de Julieta Serrano con el pelo cardado desenredando viejos rosarios en un sillón orejero, mientras explica cómo quiere que la amortajen. 'Dolor y gloria' es eso, la vida de un cineasta en el ocaso que intenta remendar su memoria hecha jirones.

La infancia en el pueblo de Paterna. El olor a pis de los cines de verano, cuando los críos meaban entre los matorrales. Los años estudiando en el seminario, con pantalones cortos y calcetines altos. Los amores malditos en el Madrid de los 80, sórdidos, tóxicos, llenos de pasión y droga, que ahora tienen más de mito que de verdad. El éxito de su primera película, 'Sabor', con un cartel muy de la Movida que enseñaba una lengua con textura de fresa. Íntima, sin grandilocuencia ni tintes trágicos, se os clavará en el corazón como la espina de un rosal.