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Un cementerio surcado de tumbas, con muchas cruces clavadas, donde no hay ni un solo cadáver enterrado. Eso es Sad Hill. Con su cámara, Guillermo de Oliveira explora los paisajes burgaleses, buscando las últimas ruinas del decorado de 'El bueno, el feo y el malo', en una especie de elegía cartográfica, motivada por el recuerdo del rostro terroso de Clint Eastwood, con la piel requemada y los ojos entrecerrados. El tono melancólico del documental nos hace pensar en aquel José Luis Guerin que en 'Innisfree' se fue a recorrer los mismos caminos por donde años antes había caminado John Wayne en 'El hombre tranquilo', empujado por el impulso de unos versos de Yeats. Aquí, además, se mezclan las voces de testigos privilegiados, como Ennio Morricone o James Hetfield, de Metallica, que suscriben lo que se debe leer como una carta de amor al cine.