Todd Solondz no sólo es uno de los pocos auteurs que existen en el cine actual; también es una especie de Santo Patrono de los desadaptados, marginados y demonios de la clase media. A lo largo de su carrera, ha encontrado un margen casi bíblico para transformar la escoria de la sociedad (pederastas, violadores, bullys) en seres empáticos y con derroches de humanidad, gracias al humor negro y la disección tan natural de sus fallas. Desde Welcome to the Dollhouse hasta su nueva cinta, Dark Horse, sus personajes son más comunes que corrientes, y con más fallas, que virtudes. Y es por esta razón, que son memorables.
Su nuevo héroe, por llamarlo así, es Abe, un hombre gordo de 35 años que vive con sus padres y colecciona juguetes. Su vida es una mezcla de impotencia, de tristeza e ira, hasta que conoce a Miranda, una mujer a la cual le pide matrimonio en la segunda cita (Ella responde: “Quiero quererte”. Él: “Eso para mí no es suficiente”).
Dark Horse no es una historia de amor, es un tratamiento sobre la soledad que orilla a la gente a mentir y solventar sus dudas emocionales entre máscaras. Solondz muestra una madurez como guionista, en la que es quizás, su obra menos visceral, pero más inteligente hasta la fecha.