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Nunca una fiesta de cumpleaños había resultado tan tensa como la de 'Custodia compartida'. En su debut en el largometraje, Xavier Legrand coreografía un plano general de modo que el fuera de campo se convierta en la amenaza de lo invisible, que lo controla todo en su ignominia. Es una perfecta metáfora de la violencia de género y el abuso infantil en el entorno familiar, una escena que no desentonaría en una película de terror, y que es uno de los tours de force de este descenso a los infiernos que evita todos los clichés del cine de denuncia social ensanchando el realismo de un gesto, de un cambio de tono de voz, de una palabra mal colocada para quien solo entiende la agresión como sublimación del amor y la dependencia emocional. Los vis a vis entre el ogro y su hijo de 12 años dentro de un coche que parece una jaula móvil ponen los pelos de punta.