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Si le quitamos el folclore vikingo y la calidad de la animación, la franquicia de 'Cómo entrenar a tu dragón' se nos queda en una potable variación de 'El caballo negro', o de cualquier otro relato sobre un chico valiente que se hace compañero íntimo de un animal. La idea de reunir al joven Hiccup y al dragón Toothless una década después del primer film invita a pensar en una despedida lacrimógena y en una mirada nostálgica hacia los valores de la amistad. Lo consigue a medias, por más que la idea de hacernos llorar intenta imponerse a toda la película, eclipsando otras subtramas que quedan pendientes de explorar y sobre todo la palabrería tediosa de los amigos de Hiccup.
El film cuenta la historia de la búsqueda de un mundo oculto, una utopía hacia la que Hiccup, convertido en líder, debe guiar a su clan cuando un infame cazador de dragones aparece en escena. El viaje se complica cuando Toothless se encapricha de Light Fury, una hembra de dragón con poder de camuflaje. Hiccup se convierte en parte en gurú sentimental y en parte en tercero en discordia en un argumento amoroso que hace que este volumen de la saga llegue a sus momentos más emocionantes y memorables. Aunque es el virtuosismo visual lo que realmente paga el precio de la entrada.