No esperéis encontrar aquí una biografía de la escultora Camille Claudel, ni tampoco el relato de su historia amorosa con Auguste Rodin. Esta película huye del biopic como de la peste, y quizá por eso es importante el año que forma parte del título, este misterioso 1915. Claudel es vista en un momento difícil de su vida, recluida en una institución mental y a punto de recibir la visita de su hermano, el escritor Paul Claudel, un católico feroz. Y Bruno Dumont, uno de los cineastas menos complacientes del cine francés actual, la observa con dedicación exenta de todo sentimentalismo, filmando a Juliette Binoche en medio de enfermos reales, entre el naturalismo y la alucinación. El resultado, de rara intensidad, retrata una mente confundida atrapada en un universo enajenado, como pocas veces lo ha conseguido el cine, y aborda asuntos de inextricable complejidad con una sencillez franciscana: en este sentido la primera aparición de Paul, por ejemplo, es inolvidable.
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