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Los retratos de las comunidades indígenas por parte del cine mexicano han sido, en ocasiones desafortunados. Ya sea al negarles presencia en pantalla, como cuando María Félix intentaba convencer a la audiencia de que era una mujer purépecha (Maclovia, 1948), o al perpetuar la caricatura del indio bueno y sacrificado (La mujer que yo perdí, 1949). Afortunadamente existen excepciones que representan a esta población como personas sin idealizaciones ni folclorismos, siendo Café, primer documental y segundo largometraje del realizador mexicano Hatuey Viveros uno de los ejemplos más recientes.
¿Cómo sobreponerse a la adversidad? Tras la pérdida del padre, los integrantes de una familia indígena de Cuetzalán del Progreso tienen que seguir con sus vidas, llevando a cuestas y cada uno a su modo el luto. Para Jorge, ahora el único varón, el pesar reside en que su padre no lo vio titularse con mención honorífica como abogado, y ahora se debate entre perseguir una carrera fuera de su comunidad o quedarse a defender a víctimas de la violencia. Por otro lado, está Chayo, quien a sus 16 años debe decidir si continúa o no con un embarazo no deseado, a pesar de los fuertes prejuicios de la comunidad. Ambos hijos se encuentran siempre al cuidado de su madre Teresa, cuyo duelo vive con estoicismo y resignación.
Café es una mirada íntima y cálida fotografiada con respeto y naturalidad sobre un proceso tan inherentemente humano como la muerte, visto en su totalidad en la lengua materna de sus participantes: el náhuatl. El uso de este lenguaje fue determinante para contar la historia, dado que sirve para que los protagonistas mantengan sus más sinceras y personales conversaciones. Mediante su uso se dejan ver verdaderos sentimientos, a la vez que crea una complicidad frente a las cámaras.
Para Viveros, su labor en la coyuntura de infortunio bajo la que se desarrollan los hechos fungió como medio para acompañar a la familia, con quien guarda una larga relación, pues los patriarcas de ambas (la de Viveros y la del documental) compartieron una larga amistad.
Café es un documental como pocos, crea un vínculo con los espectadores por medio de su sensibilidad y humanidad. Se siente como una mirada privilegiada y sin pretensiones hacia historias, tradiciones y costumbres que deberían ser cercanas. Sus escenas son testimonios de los férreos lazos familiares frente al infortunio; son lecciones de madurez y resistencia que resuenan incluso después de terminado el metraje.