En 1932, unos meses después de la proclamación de la República, Buñuel volvía a España para rodar el documental 'Las Hurdes', también conocido como 'Tierra sin pan', en la región más miserable de Extremadura, de paisaje estéril y embarrado, donde los niños morían en las calles, donde la lucha diaria por la supervivencia se afrontaba con uñas y dientes. Es una de las películas más ásperas de su filmografía, con una serie de momentos terroríficos. Aquellos hombretones del pueblo que arrancan de un tirón la cabeza de los pollos colgados de una cuerda. Aquella familia que llora al recién nacido amortajado. La agonía del asno aniquilado por un panal de abejas, chillando abatido a un cielo plúmbeo inclemente.
Cuando Fermín Solís publicó la novela gráfica 'Buñuel en el laberinto de las tortugas', hace un par de años, fue como si atravesara el corazón de 'Las Hurdes'. Era una especie de cuaderno de rodaje soñado, con sabor a tierra y raíz, pero también lleno de fantasía. El personaje de Buñuel, disfrazado de monja, con sus alucinaciones de gallinas criminales y sus visiones marianas, flotaba entre las nieblas del tiempo. Ahora, Salvador Simó ha transformado la obra de Solís en una cinta de animación tristísima, empapada de desolación.
Es una película que sangra por dentro. Podríamos definirla como un 'making of' imposible, como la fantasmagoría de un lugar tan olvidado que es como si nunca hubiera existido, como la búsqueda de unas imágenes monstruosas, irreales, que se reactivan con virulencia y desazón. Con todo, un estreno imprescindible.