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¿Qué tan difícil es ofrecer en una secuela algo diferente a la primera película sin perder la esencia? El reto para Buenos vecinos 2 parece aún más complicado, pues el tema central es un rubro y con un tono que desde los años setenta (con la cinta Animal House, 1978) se ha repetido frecuentemente en el cine: una comedia sobre fraternidades y sororidades, y los peculiares sujetos que las albergan.
La segunda entrega de Buenos vecinos (2014) respeta los lineamientos de este tipo de cine: los personajes con características muy definidas, los inadaptados, la convivencia con la marihuana y más. Pero Nicholas Stoller y sus guionistas –entre los que figuran Seth Rogen– logran darle una razón de ser a la nueva película –como secuela y como miembro de la larga lista de símiles– gracias a su discurso feminista que llega muy ad hoc a los mensajes que actrices hollywoodenses han pronunciado en los últimos años.
Los aciertos y tropiezos en la búsqueda de una igualdad de género son pieza clave para el desarrollo de la cinta, la cual deja sus oportunidades para hacernos reír a los gags de las nuevas generaciones y al pastelazo. Pronto estos recursos se desgastan y para cuando llegamos a la mitad del largometraje los diálogos son sosos. Si en algún momento hubo carcajada, sólo nos sacan una leve sonrisa.
Se aplaude la manera en la que se traen de nuevo a los personajes originales –sí, tienes que ver antes la primera para entenderle mejor a la segunda– y la pertinencia que le dan a los nuevos roles; así como el trabajo actoral de Rogen, Rose Byrne y Chloë Grace Moretz. Sin embargo, eso no es suficiente para que mantengamos el ojo en la pantalla y no en el reloj, esperando el momento cumbre en el que los diálogos y el ritmo se fusionen en la prometedora gran fiesta.