Una chica irlandesa emigra a EEUU, en los años 50, en busca de un trabajo digno y una vida mejor. Atrás deja un ama insoportable, pero también una madre y, sobre todo, una hermana con la que comparte confidencias y penas. En América encontrará amigas y un muchacho de familia italiana. El argumento de 'Brooklyn' no es gran cosa, en efecto, pero la novela en que se basa invitaba a hacernos ciertas expectativas. Escrita por Colm Tóibín, lograba dos objetivos no especialmente fáciles: rehuir el folleto de época y al mismo tiempo elaborar un retrato preciso y contundente de un momento de la historia de EEUU donde todo estaba cambiando, desde la economía hasta las relaciones sentimentales y humanas.
Además, detrás del guión hay nada menos que Nick Hornby, el autor de 'Alta fidelidad', el cronista sentimental y melancólico de una determinada juventud europea, tal vez el hombre ideal para traducir cinematográficamente el espíritu del original. ¿Qué ha pasado, pues, porque 'Brooklyn' se haya convertido en una película tan insípida y torpe? No lo sé muy bien, pero lo cierto es que el director John Crowley (un irlandés desgraciadamente educado en la corrección británica: '¿Hay alguien ahí?', 'Circuito cerrado') filma lo que podía haber sido una crónica bulliciosa, o bien un melodrama fulgurante, con despersonalizada indefinición, con languidez intolerable. Y aunque los actores hagan todo lo posible para dar vida a este bodegón amortiguado, ni siquiera los conflictos morales de la segunda parte (marca de la casa Colm Tóibín) consiguen llevar esta revistilla ilustrada más allá de un tono a medio camino entre la conversación de lavadero y la falsa elegancia retro.
Además, detrás del guión hay nada menos que Nick Hornby, el autor de 'Alta fidelidad', el cronista sentimental y melancólico de una determinada juventud europea, tal vez el hombre ideal para traducir cinematográficamente el espíritu del original. ¿Qué ha pasado, pues, porque 'Brooklyn' se haya convertido en una película tan insípida y torpe? No lo sé muy bien, pero lo cierto es que el director John Crowley (un irlandés desgraciadamente educado en la corrección británica: '¿Hay alguien ahí?', 'Circuito cerrado') filma lo que podía haber sido una crónica bulliciosa, o bien un melodrama fulgurante, con despersonalizada indefinición, con languidez intolerable. Y aunque los actores hagan todo lo posible para dar vida a este bodegón amortiguado, ni siquiera los conflictos morales de la segunda parte (marca de la casa Colm Tóibín) consiguen llevar esta revistilla ilustrada más allá de un tono a medio camino entre la conversación de lavadero y la falsa elegancia retro.