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Luego de conocer a la Princesa Yamal y su historia, María José Cuevas buscó a las contemporáneas de Yamal y decidió estudiar cine para llevar a la pantalla grande un homenaje a las vedettes que brillaron en el México de los setenta. Esto sólo es un resumen de los 10 años que requirió Cuevas para lograr su ópera prima, Bellas de noche.
El largometraje, exhibido en el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Toronto International Film Festival, comienza con imágenes de archivo para seducirnos con los movimientos y brillo de Lyn May, Olga Breeskin, Wanda Seux, Rossy Mendoza y Princesa Yamal. El salto hacia el presente se introduce sutilmente, cuando las voces actuales de las artistas hablan de su pasado esplendor, y la documentalista comienza así la deconstrucción de cinco relatos que conducen a la nostalgia, a la cual se arriba con el impuso que ofrece la dosis musical de aquella época.
El punto de partida de Cuevas es el día a día: Seux protectora de los animales, Mendoza en su rol de escritora, Breeskin entregada a los tratamientos de belleza y a su religión, Yamal en su rol maternal y May en sus altibajos amorosos. Esos momentos del presente detonan inevitablemente flashbacks para que hablen de cómo disfrutaron su éxito, los amoríos que tuvieron y los excesos que, en algunos casos, causaron su salida del espectáculo.
La década de trabajo de la cineasta se refleja tanto en la soltura que muestran las vedettes al contar sus anécdotas, como en la elección de locación adecuada para mostrar cada relato –la habitación, la mitad de una marcha– y con ellos sensibilizar más al público que fácilmente suelta la carajada, los aplausos o incluso la lagrima traicionera. Sin embargo, el tiempo también es el único “pero” del filme; quizá el exceso del material recuperado obligó a elegir sólo la superficie y se olvidó de profundizar en algunos temas que apenas se sugieren y parecían importantes.