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Edgar Wright se dio a conocer junto al tándem cómico formado por Simon Pegg y Nick Frost en aquella hilarante comedia protagonizada por muertos vivientes titulada 'Zombies party'. Al director, siempre le ha gustado jugar con los géneros, subvertir sus códigos para configurar películas con un alto espíritu lúdico y muy poca vergüenza.
Tras probarlo con los zombis, las 'buddy movies' y el advenimiento del Apocalipsis, ahora recurre a otro tópico cinematográfico como son las películas de robos, persecuciones y huidas a toda velocidad. Y lo hace inundando la pantalla con el mismo espíritu pop naïf que impregnaba 'Scott Pilgrim', su gran homenaje al mundo de los cómics.
En esta ocasión, la fórmula no puede ser más triunfadora y cool: chicos guapos jugando a ser malos, música a todo volumen y set pieces configuradas a partir de la combinación entre música y montaje. El resultado, un ejercicio de estilo abrumador, magistralmente ejecutado a través de unas imágenes que provocan un aumento de endorfinas adecuado al espíritu 'millennial' de nuestros tiempos.
Los hay que se dejarán embaucar por toda esta parafernalia visual y sonora. Otros pensarán que la historia no es más que una acumulación de clichés sin coherencia. En cualquier caso, será inevitable que el espectador salga de la sala intentando recordar la selección de canciones que conforman la banda sonora.