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La madera encerada de los compartimentos, el vagón restaurante con la cocina vista donde se preparan los pasteles flameados, las maletas cargadas de lencería francesa. Kenneth Branagh imagina el escenario perfecto para el 'whodunit' más abismal de Agatha Christie, y encarna al personaje de Hércules Poirot como si fuera el inevitable destino de su carrera, con un bigote irresistible y un acento irritante. Le acompañan un puñado de celebridades, de Willem Dafoe a Penélope Cruz, convenientemente disfrazadas con pelucas y postizos, tan divertidas como las cartas del Cluedo. Porque en el fondo esto es un juego de mesa, y quien no recuerde el nombre del asesino se sentará en el patio de butacas con el sombrero de investigador, acompañando al detective mientras interroga a los sospechosos y busca pistas. Ahora bien, quien conozca la historia puede salir decepcionado, porque a pesar del preciosismo de los decorados y la atractiva caracterización de los actores, la puesta en escena se queda corta a la hora de hacernos sentir prisioneros de este infierno moral surgido de entre la nieve.