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Cuando se anunció que Joe Wright dirigiría la nueva adaptación de Anna Karenina pensamos que la decisión era perfecta. Un poco obvia, pero perfecta. Sabíamos qué esperar de la adaptación del clásico de Tolstói: diseño de producción, vestuarios impresionantes, un soundtrack impecable, coreografías muy cuidadas y complejas. Y Keira Knightley.
La película se filmó casi completamente en un teatro abandonado con más de cien escenarios que se desplazan y combinan sin esconder la falta de naturalidad del ambiente. Esto podría parecer un recurso desesperado para llamar la atención sobre la técnica, frente a una historia que se ha visto muchísimas veces en la pantalla. El resultado es una propuesta totalmente original y efectiva.
El acercamiento teatral expone lo falso de las costumbres de la época: la historia de un adulterio sobre el escenario resalta las miradas que juzgan a los personajes. Anna se enamora y se enfrenta a los rituales y convenciones de la sociedad. La historia de Levin, un granjero que se entrega a su pasión, funciona como contraste del drama de Anna.
Una película valiente y arriesgada, con excelentes actuaciones que dejan claro que el cine tiene mucho que ofrecer cuando se trata de adaptar obras literarias.