La historia de Ramón Arroyo es admirable. A los 30 años, cuando le diagnosticaron esclerosis múltiple, decidió hacer frente al destino convirtiéndose en atleta y participando en pruebas difíciles, incluso para gente sin problemas. El tema era importante. Pero parece que Barrena haya olvidado una regla fundamental del cine: la necesidad de enfrentarse a la historia con la misma carga de riesgo y energía que tiene el personaje real. El real, no el de la película. Dani Rovira como Ramon y Karra Elejalde como su suegro parece que no se hayan dado cuenta de que no están haciendo la tercera parte de '8 apellidos vascos' o 'catalanes'. Es una lástima, porque films que pongan en imágenes la lucha contra enfermedades incurables son siempre necesarios, pero con más sentido del drama (no del dramatismo) y con más responsabilidad hacia la persona que lo ha inspirado.
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