A la sombra del muy turístico Mercado de San Miguel encontramos un bar castizo, regentado por una familia, que resulta más interesante que su vecino. Guisos caseros (callos, albóndigas…) y excelente tortilla de patatas que despachan en la barra, amplía, cómoda y apenas flanqueada por tres mesas altas. Siempre encuentras sitio, no tienen la tele puesta, y ellos son bien amables. Rincones así, de barrio, de visita esporádica pero humildemente placentera, hacen Madrid y es motivo suficiente para defenderlos y disfrutarlos. Ah, su bodega es brevísima pero no sirven los típicos vinos. Hay franco apego al viejo oficio de hostelero.
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