Quizás sea por la imaginación en las propuestas. O tal vez, por la acogedora decoración, que le hacen sentir a uno como en casa. O puede que la culpable sea la atención del servicio, siempre pendiente del comensal. O, simplemente, porque Mechela nunca falla: los platos de su carta son tan apetecibles que uno se queda con ganas de probarlos todos. Ubicado junto al Museo de Bellas Artes, el restaurante solo tiene un “pero”: que lo bien que se come aquí no es ningún secreto, así que mejor reservar con tiempo si uno no se quiere quedar con las ganas de vivir la experiencia.
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