Una Casa en Biarritz sucede en un espacio real. No hay un escenario que represente a una vivienda. La obra “sube a escena” en una vivienda. Es una de las curiosidades de esta original puesta. No hay un teatro, sino que la función transcurre en la propia casa de una de las protagonistas. La actriz Catherine Biquard vive allí con su hijo menor, en el barrio de La Paternal. Cuando sus hijos más grandes se independizaron, la casa le quedó grande y con menos uso que antes; y eligió transformarla, los viernes y los sábados por la noche, en un espacio teatral. La otra curiosidad es que los espectadores no se quedan sentados en una butaca durante todo el espectáculo, sino que deben moverse junto a los actores.
Al comienzo, el público se ubica cómodamente en espacios asignados alrededor del glamoroso comedor de la casa y desde allí observa el comienzo de la función. Pero la comodidad de la silla se termina cuando suena una campanita y cada uno debe seguir al personaje que le tocó, al azar, al ingresar a la casa. A partir de entonces, los espectadores se irán reencontrando por grupos o en su totalidad, según por dónde vayan los cuatro protagonistas. Al final, todos juntos verán el desenlace en el mismo punto de partida; pero no todos se irán del lugar conociendo el mismo cuento. De algún modo, cada uno sigue su propia aventura, aunque no la elige, sino que se le otorga fortuitamente.
Una propuesta de teatro inmersivo en una vivienda de La Paternal
Biarritz al 2300. Toco timbre. Abren la puerta y me reciben amablemente. Los espectadores que vamos llegando lo hacemos dispuestos a entregarnos a una experiencia diferente y de la que conocemos poco. Vinimos a ver “Una casa en Biarritz”, una propuesta de teatro inmersivo. Estamos en una casa real -no porque sea una casa de reyes, sino porque es verdadera-, en la que todos los ambientes de la planta baja (arriba se intuye vida real: por una ventana se ven trofeos deportivos, probablemente de ese hijo menor que aún vive allí) se convertirán en escenarios de un espectáculo que saca al espectador de un lugar fijo y le exige seguir a su personaje por los lugares por los que él va. Durante poco más de una hora no seremos espectadores “pasivos”, porque tendremos que ir de acá para allá, siguiendo las instrucciones. No es para preocuparse, la gimnasia que hay que hacer para ir de un ambiente a otro, es poca.
No seremos espectadores “pasivos”, porque tendremos que ir de acá para allá, siguiendo las instrucciones
En el hall de entrada, la señora que oficia de recepcionista nos pregunta si sabemos de qué se trata. “No”, respondemos a coro los recién llegados. A diferencia de lo que esperamos, no recibimos información, sino un mazo de cartas del que debemos quitar una, que definirá, al azar, el personaje que seguiremos a lo largo de la función. Gabriel, Lucas, Charly o Carla, son los posibles recorridos.
¿Y ahora? “Pasen al quincho, pueden tomar vino o agua y degustar unos maníes”. Atravesamos el patio de la casa, llegamos al quincho -cómodos sillones, una mesa de pool y una parrilla ocupan ese espacio en el que luego sucederán algunas escenas-, y cumplimos con la orden de esperar el inicio de la función, bebiendo y picando unos maníes, con música de fondo. Buen comienzo.
Se levanta el simbólico telón y comienza la función
Una vez que llegamos todos -somos 16, la función será “a sala llena”-, somos convocados al punto de partida del recorrido. Una joven con mucha gracia nos da una sencilla explicación sobre lo que vendrá y, simbólicamente, se levanta el telón. “Una casa en Biarritz” está por comenzar. Sentados en el living de la casa, nos convertimos en testigos privilegiados -y muy cercanos- de una noche especial para el matrimonio de Carla y Gabriel. El joven Lucas presentará a Charly en una cena que, de entrada, se intuye que no será demasiado tranquila. El quiebre es cuando Lucas y Carla van a la cocina a buscar los ñoquis, mientras Charly y Gabriel van hasta la cava a buscar un vino. Ahí, los espectadores nos separamos.
Yo tengo que seguir a Carla, así que voy con ella, Lucas, y otros siete espectadores más, a la cocina. Los demás siguen a Charly y a Gabriel hasta el quincho. La escena en la cocina no es demasiado reveladora -más tarde la cosa se pondrá más picante-, pero es divertida y si una se permite mirar a través de la ventana, en la mímica de los otros personajes adivina que en el quincho algo potente está sucediendo, algo parecido a una discusión. A la dramaturgia no se le escapó nada y a pesar de que el argumento se cuenta fragmentado, las partes encajan con enorme precisión. Todo está pensado para que la historia no quede incompleta para ningún espectador. Solo que cada uno la conocerá desde la perspectiva de su personaje. Y tendrá la opción de volver a verla en otra oportunidad para conocer una versión diferente. Un tip: si uno va acompañado, lo mejor es seguir a personajes diferentes para después pasarse la data (aunque los personajes se asignan al azar, si a quienes van acompañados les toca el mismo personaje, se les da la opción de cambiarlo).
Si uno va acompañado, lo mejor es seguir a personajes diferentes para después pasarse la data
Carla, Gabriel, Lucas y Charly van y vienen; pero el público solo debe acompañarlos si suena la campanita. Más de una vez volverán todos al comedor, porque la cena los convoca allí. Claro que si falta el queso, hay que ir a buscarlo a la cocina o si alguno recuerda que tiene que enviar un mensaje importante, se retira hacia el quincho. Y ahí los vamos acompañando. Al final todos de nuevo reunidos en el comedor vemos la misma escena final. Algunos sabemos más de un personaje que de los otros y los demás, tienen la información que no conocemos -pero que no deja incompleta la historia-.
Una dramaturgia muy inteligente -el autor es Agustín León Pruzzo- es la artífice de que todos nos vayamos con una historia sin fisuras. Pero claro que quienes fuimos con compañía -y aceptamos el consejo de ir por distintos personajes-, lo primero que hacemos a la salida son preguntas del tipo: “Y, ¿qué pasó cuando se fueron para el quincho?”. Y ahí la historia se vuelve más completa e interesante aún.
La obra propone intriga -todos los personajes esconden algo-, humor -las composiciones actorales son muy logradas y en la intimidad de las escenas, con el público muy cerca, superan el desafío de provocar risas- y dramatismo, ya que la situación planteada no le esquiva a los conflictos de los protagonistas.
Los verdaderos vínculos entre los personajes, los que están detrás de las apariencias, se irán revelando durante la función. Al comienzo, se trata de un matrimonio que recibirá en su casa, por primera vez, al novio del hijo de ella e hijastro de él. Carla -que no suelta nunca el vaso de whisky-, se vistió de gala para la ocasión: se la ve resuelta a aceptar esa reciente relación que tiene su hijo. Gabriel, más reticente al encuentro, recibe el reproche de su mujer por no querer vestirse mejor para esa cena tan especial. Lucas parece tímido, introvertido; es de pocas palabras. Cuando llega Charly, irrumpe con sus risas fuertes y su personalidad arrolladora.
Sin dudas, “Una casa en Biarritz” es una propuesta original, muy bien resuelta, atractiva y recomendable. Protagonizada por Catherine Biquard, Hernán Herrera Nobile, Maxi Sarramone y Wenceslao Blanco, con asistencia de Dana Chacón y la dirección de Martín Caminos, invita a un recorrido atrapante.
Cuándo y dónde: Biarritz 2334. Las funciones son los viernes a las 21hs. Los sábados a las 19:30hs., y a las 21:30hs. Las entradas se obtienen a través de Alternativa Teatral.